Corona De Damas by Tosca Soto

Corona De Damas by Tosca Soto

autor:Tosca Soto [Soto, Tosca]
Format: epub
Tags: prose_history
editor: www.papyrefb2.net


15

Las manos de la duquesa Nicole se movían a toda velocidad sobre las teclas del clavecín. Estaba concentrada, con la mirada fija en la partitura, un bucle rebelde instalado sobre los ojos y un pedacito de lengua rosada asomándole entre los labios. Madeleine nunca hubiese imaginado que fuera capaz de un arrebato así. Con las mejillas encendidas y su vestido de brocado de color rojo parecía una fruta madura, rebosante de vida y pasión.

El negro clavecín lacado, por el contrario, tenía forma de ataúd. En la parte interior de la tapa había pintado un hombre joven, desnudo, con el pelo rizado y una corona de tallos verdes, que consolaba a una muchacha que lloraba. Dioniso y Ariadna. Debajo estaban escritas las palabras: «Est quædam flere voluptas».

Madeleine cerró los ojos. La música era alegre, rápida, llena de cambios de ritmo. Recordaba a una gacela en un bosque primaveral, saltando de un lado a otro sin poder decidirse por una dirección concreta. Jugaba a que la perseguían, pero no tenía miedo porque sabía que sólo el viento podía alcanzarla. Y el viento estaba enamorado de ella.

La melodía fue complicándose más y más, hasta que de pronto la duquesa dejó de tocar y suspiró, frustrada:

—¡He estado a punto! Pero no me sale. Es demasiado difícil. —Se apartó el mechón de la frente y se secó unas gotas de sudor con el dorso de la mano— ¿Qué os parece la pieza?

—Fresca, alegre, igual que un torrente al final del deshielo. —Se excusó alzando los hombros—. Disculpadme, no entiendo mucho de música.

Aun así había disfrutado de ella. Le hablaba directa al corazón, dándole alas.

—Sí que entendéis, un torrente al final del deshielo, qué bonito. Mi madre se alegrará de oírlo, se lo escribiré en mi próxima carta. Es una tocata de Frescobaldi, su músico favorito... —Perdió el hilo y la miró con las pupilas húmedas; concluida la música, su energía se había esfumado y había reaparecido su placidez habitual—. La echo de menos. París está tan lejos...

La madre de Nicole era sobrina de María de Médici y había acudido a la Corte de Luis XIII a pedirle ayuda en nombre de su hija para solucionar el conflicto que la oponía a su esposo, pero sus cartas se hacían esperar. Había caído enferma y todavía no había tenido demasiado éxito en su mediación.

Madeleine cogió a Nicole del brazo para consolarla, igual que Dioniso a Ariadna en Naxos, y la acompañó hasta la ventana. Los gruesos cristales coloreaban la luz que comenzaba a declinar y deformaban los contornos de la fuente que brotaba al fondo del patio. Permanecieron calladas, saboreando la quietud de la tarde y el poso de la música en sus espíritus.

La Corte de Nancy no era el pequeño refugio de tranquilidad que Madeleine había imaginado antes de llegar. Hacía sólo una semana que Nicole la había hecho venir desde la granja, y en ese tiempo había comprobado que los cortesanos eran rudos e



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